María José Recalde

María José Recalde

María José Recalde. Exposiciones Museo Gustavo de Maeztu

Desde que conozco a Marijose Recalde, siempre me ha llamado la atención su asombrosa capacidad para traducir en imágenes los elementos del entorno, por medio de cualquier técnica o proceso creativo. En muchas de sus obras creemos distinguir a un amigo, paisajes andados o cosas que hemos tocado… experiencias cotidianas que se reconstruyen visualmente en una especie de feroz lucha contra el olvido.

 

Las últimas esculturas figurativas de Marijose nos presentan personajes quietos e imperturbables… Hombres con niños y animales, mujeres en frágiles equilibrios, cuerpos que retienen la materia y la condensan en una nueva sustancia expresiva. Las figuras son simplificadas hasta encontrar su gramática esencial, síntesis fomal que enlaza con los registros de la estatuaria arcaica y primitiva. Más que retratos particulares y concretos, estas esculturas funcionan como reflejos imaginarios del individuo, sin rostro ni expresión, aislado en una extraña atemporalidad. Marijose incorpora a estas obras un amplio abanico de objetos de uso cotidiano, pequeños residuos orgánicos y deshechos materiales que son utilizados como un insólito aglutinante de modelado: trozos de hueso, tornillos, cuerdas… conforman una nueva piel, densa y compacta, creando una percepción táctil de las esculturas.

 

En otra serie de trabajos tridimensionales de carácter más abstracto, Marijose trabaja con el ensamblaje de herramientas y aparejos dispares, uniéndolos y entrelazándolos con el fin de generar una forma escultórica que ya no requiera de una función utilitaria y pueda ser contemplada en toda su intensidad formal. El conjunto de estas obras se asemeja a un laboratorio experimental donde se ensayan las múltiples tensiones y contrapesos de las estructuras en el espacio. Paralelamente la artista también construye un mosaico narrativo formado por pequeñas cajitas, escenarios en miniatura donde introduce objetos diversos que articulan una poética de lo fragmentario.

 

Los últimos cuadros de Marijose presentan una paleta sobria y contenida, centrada en potenciar los registros gráficos de las figuras. Pintura de trazos firmes y directos, resuelta con una gran depuración formal. La pincelada contornea los cuerpos, perfilándolos contra un soporte saturado de pequeñas irregularidades e interferencias. Sujetos desocupados, vaciados de carne como si fuesen radiografías existenciales donde todo parece cumplir una función irremediable. La superficie del cuadro es recuperada como único espacio posible: ya no hay escenas ni paisajes ficticios, tan sólo una geografía de surcos y signos quebrados sobre el plano.

 

Quizás en este mismo instante Marijose esté uniendo trozos de madera, pintando un pájaro o haciendo una escultura de arena… derramando el mundo en su obra y ofreciéndonoslo de nuevo, vivo y cercano, aquí y ahora.

 

Joseba Eskubi